Canchita Chica

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MEDIO DEPORTIVO

10 julio, 2025

De pedalear bajo la lluvia a volver con otra cabeza

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Por Federico Esmael Illa

Volver a hacer algo que uno ama puede ser una de las decisiones más difíciles, y a la vez, más transformadoras. Facundo Nadalig lo sabe bien. Después de haber colgado las zapatillas a los 18 años, en plena pandemia y en un contexto que lo fue alejando de la cancha, este año decidió volver. No fue fácil, pero hoy, redescubrió lo que significa jugar al básquet: no solo por uno mismo, sino también por los demás.

Facundo empezó a jugar a los 12, casi por curiosidad. Su hermana practicaba y eso le despertó la intriga. Si a ella le gusta, ¿por qué será?, pensó. Se anotó en Gorriones junto a un amigo. “No teníamos idea de nada, fue una buena experiencia”, recuerda entre risas. Luego llegó a Banda Norte, donde se quedó hasta los 18. Iba en bicicleta desde el Bimaco todos los días, hiciera frío, calor o lloviera. “No sé cómo sacaba tanta energía… ahora lo pienso y no sé si podría. Pero estaba chocho”, dice, y en sus palabras se refleja esa mezcla de nostalgia y orgullo.

Lo hacía sin pensarlo, pero los demás sí lo veían: en las cenas de fin de año del club, lo premiaron dos veces como “El jugador que más se esforzaba”. “Yo no me daba cuenta de ello, mi autoestima no me acompañaba. No me veía como el mejor. Pero ahora que crecí me doy cuenta de que sí era mucho el esfuerzo, y estaba muy feliz”, cuenta.

A los 18, con el último año del colegio encima, la presión por elegir una carrera, un grupo que se había vuelto más cerrado y la llegada de la pandemia, el básquet empezó a sentirse más como una obligación que como un disfrute. “Dije ‘ya fue’, era una etapa que quería cerrar”, confiesa.

Pero algo seguía latiendo. Seguía saliendo a correr, jugaba con su hermano en la plaza, sentía que el cuerpo y la mente necesitaban volver a moverse como antes. “Hace dos años me dieron ganas de volver. Extrañaba la sensación de estar en la cancha, de jugar, tirar, meter… una sensación re linda”. Y este año se dio. Volvió, y lo hizo en Central Argentino. Los primeros entrenamientos fueron, según él, una locura. Tenía miedo de encontrarse con un ambiente hostil, como aquel grupo que lo hizo sentirse excluido. Pero pasó todo lo contrario. “Todos me saludaron, me hicieron sentir parte. Era un grupazo”.

Y ahí está, otra vez. En la cancha. Transpirando. Sonriendo. Recuperando el ritmo. “Volver a correr, picar la pelota… me di cuenta de que había perdido todo físicamente. Pero al mes ya estaba bien. Recuperé el estado físico y todas mis habilidades”.

Cuando describe un día de partido, uno se puede meter en su cuerpo. Respirar su concentración. Escuchar el rebote de la pelota contra el piso encerado, el chillido de las zapatillas frenando, el murmullo de las tribunas.

“Una hora antes nos cambiamos, entramos en calor, te mentalizas en que vas a hacer un buen partido. En el calentamiento miras quién tira bien, quién maneja la pelota… analizas al rival y te vas poniendo nervioso”. Esos minutos previos son una mezcla de tensión e instinto. Cuando empieza el partido, todo se acelera. No hay tiempo de pensar demasiado. “Te la pasan y tenes que decidir: tirar, penetrar o pasar. Y todo eso en un milisegundo”.

Cuando el marcador está ajustado y los nervios te consumen, los detalles lo son todo. “Si hay dos o tres puntos de diferencia, cualquier cosa es un error o una ventaja que le das al rival. En esos momentos se intenta cuidar la pelota, armar una jugada y que tire el que está liberado”.

Hay jugadas que no salen. Momentos en los que la cabeza no responde. Pero ahí aparece el equipo. El aliento, la empatía. “Tenes que subirle el ánimo a tu compañero. La confianza en todos es fundamental”. El entrenador aparece como ese punto fijo en medio del ruido. “Hay minutos en los que no coordinamos, se dan pérdidas seguidas, malas rachas que contagian al equipo”, cuenta Facundo. En esos momentos, la pausa que pide el DT no es solo táctica, es emocional. “El entrenador es clave para ordenar, bajar la intensidad, hacernos volver a la cancha. Te baja un cambio cuando todo está acelerado”. A veces, más que una jugada, hace falta que alguien recuerde al equipo cómo respirar.

La tribuna también influye y mucho. Su novia, sus hermanas, su familia. “Cuando están ahí, juego con muchas más ganas. Lo hago por ellas, por ellos. Sabes que te están alentando, que te apoyan, y eso en el subconsciente juega un papel importante”.

Facundo habla del básquet con una madurez que trasciende el deporte. “Ahora voy porque quiero ir. Entreno, me alimento bien y me cuido por yo lo elijo. Antes lo hacía porque ya estaba ahí. Hoy lo hago porque me nace. Y si algo sale mal, sale mal, pero voy con ganas”. Lo que cambió en este tiempo es la forma de mirar el compromiso. Ya no es sólo por uno. “Antes lo hacía por mí, ahora es por todos. Por el grupo. Una enseñanza enorme que me dejó el básquet”.

Facundo volvió al básquet porque lo extrañaba. Pero también porque necesitaba volver a sentirse parte de esto. Hoy juega por él y por el grupo. Por ese equipo que lo recibió con respeto y calidez. Y por esa versión de sí mismo que, después de tanto, aprendió a disfrutar. A disfrutar en serio.

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